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Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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pies y manos y tirando de la caballería como Dios me daba á entender,
por entre unos pedruscos erizados de matorrales y puntas, cuando el
pastor que me veía subir desde lejos, me dió una gran voz
advirtiéndome que no tomara la _senda de la tía Casca_, si quería
llegar sano y salvo á la cumbre. La verdad era que el camino, que
equivocadamente había tornado, se hacía cada vez más áspero y difícil
y que por una parte la sombra que ya arrojaban las altísimas rocas,
que parecían suspendidas sobre mi cabeza, y por otro el ruido
vertiginoso del agua que corría profunda á mis pies, y de la que
comenzaba á elevarse una niebla inquieta y azul, que se extendía por
la cortadura borrando los objetos y los colores, parecían contribuir á
turbar la vista y conmover el ánimo con una sensación de penoso
malestar que vulgarmente podría llamarse preludio de miedo. Volví pies
atrás, bajé de nuevo hasta donde se encontraba el pastor, y mientras
seguíamos juntos por una trocha que se dirigía al pueblo, adonde
también iba á pasar la noche mi improvisado guía, no pude menos de
preguntarle con alguna insistencia, por qué, aparte de las
dificultades que ofrecía el ascenso, era tan peligroso subir á la
cumbre por la senda que llamo de la tía Casca.

--Porque antes de terminar la senda, me dijo con el tono más natural
del mundo, tendríais que costear el precipicio á que cayó la maldita
bruja que le da su nombre, y en el cual se cuenta que anda penando el
alma que, después de dejar el cuerpo, ni Dios ni el diablo han querido
para suya.

--¡Hola! exclamé entonces como sorprendido, aunque, á decir verdad, ya
me esperaba una contestación de esta ó parecida clase. Y ¿en qué
diantres se entretiene el alma de esa pobre vieja por estos
andurriales?
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