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Legends, Tales and Poems by Gustavo Adolfo Becquer
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poniendo á Dios y á los santos Patronos del lugar por testigos de su
inocencia.

Por último, viendo perdida toda esperanza, pidió como última merced
que la dejasen un instante implorar del cielo, antes de morir, el
perdón de sus culpas, y de rodillas al borde de la cortadura como
estaba, la vieja inclinó la cabeza, juntó las manos y comenzó á
murmurar entre dientes qué sé yo qué imprecaciones ininteligibles:
palabras que yo no podía oir por la distancia que me separaba de ella,
pero que ni los mismos que estaban á su lado lograron entender; Unos
aseguran que hablaba en latín, otros que en una lengua salvaje y
desconocida, no faltando quien pudo comprender que en efecto rezaba,
aunque diciendo las oraciones al revés, como es costumbre de estas
malas mujeres.

En este punto se detuvo el pastor un memento, tendió á su alrededor
una mirada, y prosiguió así:

--¿Siente usted este profundo silencio que reina en todo el monte, que
no suena un guijarro, que no se mueve una hoja, que el aire está
inmóvil y pesa sobre los hombros y parece que aplasta? ¿Ve usted esos
jirones de niebla obscura que se deslizan poco á poco á lo largo de la
inmensa pendiente del Moncayo,[1] como si sus cavidades no bastaran á
contenerlos? ¿Los ve usted como se adelantan mudos y con lentitud,
como una legión aérea que se mueve por un impulse invisible? El mismo
silencio de muerte había entonces, el mismo aspecto extraño y temeroso
ofrecía la niebla de la tarde, arremolinada en las lejanas cumbres,
todo el tiempo que duró aquella suspensión angustiosa. Yo lo confieso
con toda franqueza: llegué á tener miedo. ¿Quién sabía si la bruja
aprovechaba aquellos instantes para hacer uno de esos terribles
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