Novelas Cortas by Pedro Antonio de Alarcón
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grupo, que ocupaba uno de los ángulos de aquel portal u
oficina. Dos ancianos..., ¿qué digo? dos viejos decrépitos, cubiertos de sudor y de polvo, rendidos de fatiga, ahogados de 20 calor, respirando apenas, bebían agua en un vaso de vidrio, que el uno pasó al otro después de mediarlo. Estaban sentados en sillas viejas de enea. Sus trajes talares, blanco el uno, y el otro de color de púrpura, hallábanse tan sucios y ajados por resultas de aquella larga caminata, que más parecían humildes 25 ropones de peregrinos, que ostentosos hábitos de príncipes de la Iglesia.... Ningún distintivo podía revelarnos cuál era Pío VII (pues nada entendíamos nosotros de trajes cardenalicios ni pontificales), pero todos dijimos a un tiempo: 30 --¡Es el más alto! ¡El de las blancas vestiduras! Y ¿sabéis por qué lo dijimos? Porque su compañero lloraba y él no; porque su tranquilidad revelaba que él era mártir; porque su humildad denotaba que él era el Rey. En cuanto a su figura, me parece estarla viendo todavía. (p48) Imaginaos un hombre de más de setenta años, enjuto de carnes, de elevada talla y algo encorvado por la edad. Su rostro, surcado de pocas pero muy hondas arrugas, revelaba la más austera energía, dulcificada por unos labios bondadosos que 05 parecían manar persuasión y consuelo. Su grave nariz, sus ojos de paz, marchitos por los años, y algunos cabellos tan |
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