Novelas Cortas by Pedro Antonio de Alarcón
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que un grito de _¡viva el Papa!_ podía empeorar la situación
del beatísimo prisionero!--¡Mostrábanse tan orgullosos 15 los franceses que nos rodeaban al ver aquel supremo triunfo de la Revolución sobre la autoridad!... ¡Creían tan grande a la Francia en aquel momento! En esto se abrió paso por entre la muchedumbre, y apareció en el cuadro que habían despejado los gendarmes, una mujer 20 del pueblo, mucho más anciana que el Pontífice: una viejecita centenaria, pulcra y pobremente[52-3] vestida, coronada de cabellos como la nieve, trémula por la edad y el entusiasmo, encorvada, llorosa, suplicante, llevando en las manos un azafate de mimbres secos lleno de melocotones, cuyos matices rojos y dorados se 25 veían debajo de las verdes hojas con que estaban cubiertos.... Los gendarmes quisieron detenerla.... Pero ella los miró con tanta mansedumbre; era tan inofensiva su actitud; era su presente tan tierno y cariñoso; inspiraba su edad tanto respeto; había tal verdad en aquel acto de devoción; significaba tanto, 30 en fin, aquel siglo pasado, fiel a sus creencias, que venía a saludar al Vicario de Jesucristo en medio de su calle de Amargura, [52-4] que los soldados de la Revolución y del Imperio comprendieron o sintieron que aquel anacronismo, aquella caridad de otra época, aquel corazón inerme y pacífico que había sobrevivido (p53) casualmente a la guillotina, en nada aminoraba ni deslucía los triunfos del conquistador de Europa, y dejaron a la pobre mujer del pueblo entrar en aquel afortunado portal, que ya nos había traído a la memoria otro portal, no menos afortunado, donde 05 unos sencillos pastores hicieron también ofrendas al Hijo de Dios vivo.... |
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